Un garañón recia estampa,
por padrote se tenía,
de una yeguita retinta,
la más fina que allí había;
y eran felices los dos,
hasta que, de pronto un día,
un purasangre trajeron,
que les amargó la vida.
Era tanta la belleza,
que irradiaba el animal,
que la yegua se enamora
de aquel soberbio alazán;
y, angustiado el garañón,
se da cuenta, a su pesar,
que no puede competir
con el garbo del rival.
En su pecho arde el dolor,
como en la vela la llama;
mas, con determinación,
él se propone olvidarla;
y, se entrega a la labor,
que la finca le reclama,
para poderse arrancar
aquel amor que no le ama.
…….INTERLUDIO……..
La retinta entra a la cuadra,
exhibiendo su hermosura;
tan bella que semejaba,
la más perfecta escultura;
los ojos del purasangre,
se llenan de admiración;
pero, enseguida ella advierte,
que no hay en ellos pasión;
que en el fondo no hay deseo,
sino honda resignación.
Y, de pronto a la retinta,
le llega la comprensión;
a aquel hermoso animal,
le está vedado el amor,
él espera que se cumpla
su destino de campeón;
y, allí queda con su sueño,
mientras la hembra, al galope,
va a buscar al garañón.
El relincho que lo llama,
con gran desesperación,
se oye en toda la sabana;
pero, él no presta atención;
lo mira con seducción,
esperando que él la siga;
resplandece en sus pupilas,
el fuego de la pasión.
……INTERLUDIO……..
Y a la que fue el amor suyo,
en altanero murmullo,
le responde el garañón:
“que esto te quede bien claro,
si de algo estoy convencido,
no desciendo del venado,
ni de animal parecido;
corre estirpe de nobleza,
por mi sangre caballar;
y, por una sinverguenza,
mi honor no voy a manchar”.
“Un purasangre cualquiera,
podrá ganarme en renombre;
pero, macho más que yo,
¡ni siquiera entre los hombres!;
y si crees que he de dudar,
entre perdonarte o no;
por mi casta juro yo,
sobre esta tierra sin par;
si cachos Dios no me dio,
¡nadie me los va a montar!”.
Jesús Núñez León.
Jesús Núñez León.
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