A Rodolfo y a Lorena
la vida tanto ha golpeado
que sólo angustias y penas
recuerdan de su pasado.
Tuvo ella siempre un anhelo
de paz y felicidad
y juntaron sus senderos
Y dos hijos han tenido
en cinco años de casados,
con los ojitos hundidos
por el hambre que han pasado.
Sólo tres y medio añitos
el otro es un bebecito
de once meses de dolor.
Y ella cuida del hogar
donde los cuatro conviven,
si hogar se puede llamar
al cuchitril donde viven.
a Dios cada día pide
que le dé un trabajo honrado
y que a sus hijos le cuide.
Y taciturno y sombrío
cada tarde llega al lar
y el llanto de los dos niños
le hace de angustia temblar.
Y la pena que le invade
y la que Lorena siente
hace que los dos se enfaden
y se culpen mutuamente.
Y entre gritos y reproches
ella llora por las noches
y él se entrega a la bebida...
Y Rodolfo al fin consigue
un empleo prometedor,
con Don Vicente Rodríguez
y su esposa Doña Flor.
Resulta que Don Vicente,
un millonario de cuna,
de tener un descendiente
no ha tenido la fortuna.
Y Vicente y Doña Flor
le proponen a Rodolfo,
un atractivo negocio.
Que un hombre rico le harían,
con casa y empleo fijo
y él, a cambio, les daría
a alguno de sus dos hijos...
que el trato les convenía,
que con la suma a obtener
dignamente vivirían.
De que es la mejor salida
se hallan los dos convencidos:
¿qué importa más en la vida,
que el porvenir de los hijos?
Y cobardes por igual
y ambos con el alma en vilo
dispónense a ver a cuál
van a vender de sus hijos.
Se acercan a la cunita
del hijito más pequeño
él les regala en su sueño.
Y avergonzados lo dejan
y ante el mayor se arrodillan,
porque en su catre se queja
de una horrible pesadilla.
—¡Te necesito papá...!
y su pechito se agita
y al fin logra despertar.
Y al ver al padre a su lado,
aliviado le confía:
—Papito, qué tontería
soñaba que nos dejabas
y por eso te llamaba.
Y Rodolfo estrechó al hijo
y el llanto aguantar no pudo
y llorando a ella le dijo:
—¡Qué inconscientes hemos sido,
Al inocente, confuso,
las mejillas se le mojan:
siente que debe llorar,
mas no sabe por qué llora.
Y la pareja se abraza
y Rodolfo a su desgracia
le va encontrando consuelo.
Y ambos con profundo amor,
sus espíritus en calma,
le dan gracias al Señor
desde el fondo de sus almas.
Porque los dos comprendieron
de inmediato la verdad:
¡la pesadilla del niño
no fue una casualidad!
Y allá en lo alto del cielo,
la dicha vuelta lucero
brilla con intensidad.
Y Lorena siente un velo,
de inusual felicidad,
que lleva a su alma consuelo;
y la paz de sus anhelos
¡se hizo, por fin, realidad!
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