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sábado, 29 de enero de 2011

LA PESADILLA



La pesadillA

A Rodolfo y a Lorena
la vida tanto ha golpeado
que sólo angustias y penas
recuerdan de su  pasado.

Tuvo ella siempre un anhelo
de paz y felicidad
y  juntaron sus senderos
para hacerlo realidad.

Y dos hijos han tenido
en  cinco años de casados,
con los ojitos hundidos
por  el hambre que han pasado.

Sólo tres y medio añitos
tiene el mayor de los dos,
el  otro es un bebecito
de once meses de dolor.

Y ella cuida del hogar
donde los cuatro conviven,
si  hogar se puede llamar
al  cuchitril donde viven.

El, eterno desempleado,
a Dios cada día pide
que le dé un trabajo honrado
y  que a sus hijos le cuide.

Y taciturno y sombrío
cada tarde llega al lar
y el llanto de los dos niños
le hace de angustia temblar.

Y la pena que le invade
y la que Lorena siente
hace que los dos se enfaden
y se culpen mutuamente.

Y entre gritos y reproches
van amargando sus vidas:
ella llora por las noches
y él se entrega a la bebida...

Y Rodolfo al fin consigue
un empleo prometedor,
con Don Vicente Rodríguez
y su esposa Doña Flor.

Resulta que Don Vicente,
un millonario de cuna,
de tener un descendiente
no ha tenido la fortuna.

Y Vicente y Doña Flor
le proponen a Rodolfo,
algo que a él le pareció
un atractivo negocio.

Que un hombre rico le harían,
con  casa y empleo fijo
y él, a cambio, les daría
a  alguno de sus dos hijos...

Y a Lorena hace entender
que el trato les convenía,
que con la suma a obtener
dignamente vivirían.

De que es la mejor salida
se hallan los dos convencidos:
¿qué importa más en la vida,
que el porvenir de los hijos?

Y cobardes por igual
y ambos con el alma en vilo
dispónense a ver a cuál
van a vender de sus hijos.

Se acercan a la cunita
del hijito más pequeño
y una dulce sonrisita
él les regala en su sueño.

Y avergonzados lo dejan
y ante el mayor se arrodillan,
porque en su catre se queja
de una horrible pesadilla.

El niño dormido grita:
—¡Te necesito papá...!
y su  pechito se agita
y al fin logra despertar.

Y al ver al padre a su lado,
aliviado le confía:
—Papito, qué tontería
soñaba que nos dejabas
y eso mucho me dolía
y  por eso te llamaba.

Y Rodolfo estrechó al hijo
y el llanto aguantar no pudo
y llorando a ella le dijo:
—¡Qué inconscientes hemos sido,
no voy a dar a ninguno!

Al inocente, confuso,
las mejillas se le mojan:
siente que debe llorar,
mas no sabe por qué llora.

Y la pareja se abraza
llorando su desconsuelo
y Rodolfo a su desgracia
le va encontrando consuelo.

Y ambos con profundo amor,
sus espíritus en calma,
le dan gracias al Señor
desde el fondo de sus almas.

Porque los dos comprendieron
de inmediato la verdad:
¡la pesadilla del niño
no fue una casualidad!

Y  allá en lo alto del cielo,
la dicha vuelta lucero
brilla con intensidad.
Y Lorena siente un velo,
de inusual felicidad,
que lleva a su alma consuelo;
y la paz de sus anhelos
¡se hizo, por fin, realidad!


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