Una viejecita, de sienes plateadas,
de dulce mirada y encorvado andar;
va rumbo al altar que tiene en la sala
y, devotamente, se pone a rezar.
En la vieja casa resuena el murmullo
de aquel casto rezo, que le trae la calma;
reza por sus hijos, reza por el mundo,
Con paso muy lento llega hasta su cama
y toma en sus manos la fotografía,
que, celosa, guarda bajo la almohada
y que en su nostalgia le hace compañía.
En copia amarilla, de borde estropeado,
toditos sus hijos sonriendo la miran,
uno a uno besa los rostros amados
Es tan generosa, que ya no recuerda
el dolor intenso de aquella mañana:
el dolor intenso de aquella mañana:
hoy ha sido el día dedicado a ella
!y ni un sólo hijo vino a acompañarla!
-Viajar no pudieron -piensa comprensiva-
Observa la foto, de nuevo suspira...
y sus tristes ojos se llenan de llanto...
Las lágrimas frías ruedan por su rostro,
que se dulcifica al ver los regalos,
regalos bonitos, regalos preciosos,
regalos muy bellos... que no ha destapado...
Y es tan elocuente la escena amorosa
de la dulce madre que añora a sus hijos,
dos lágrimas brotan de aquel crucifijo...
¡Qué dolor, qué pena, qué angustia tan honda!
Esa viejecita, que alegre debía
celebrar en grande, sin ninguna sombra,
¡tiene que llorar, también, en su día..!
pero, para el llanto, que no sea motivo;
en el mundo hay tantos que madres no tienen,
yo soy uno de ellos... ¡quiero, hoy, ser tu hijo..!
Permite, viejita, que llene el vacío
que siente tu pecho, que te lleve calma
y si tú pudieras llamarme “hijo mío”...
Recibe, en un beso, mi humilde homenaje;
a mi propia madre te pareces tanto...
La flor de mis versos para ustedes traje,
a las dos venero y a las dos les canto.
Quisiera en tu rostro ver el regocijo,
que te cuide siempre, pediré al Dios Padre.
Sonríe, viejita, que aquí está tu hijo;
¡Bendíceme vieja... Bendíceme madre!
Jesús Núñez León
Jesús Núñez León
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