Etiopía, la cuna de la historia;
la Abisinia de la Reina de Saba;
la invicta, la inmortal, llena de glorias;
la semita de las bíblicas jornadas,
el paraíso de las caras quemadas;
la que el propio Salomón en sus memorias,
Intentaron tomarte prisionera,
pero jamás enterraron su bandera,
en el nunca hollado suelo de Abisinia.
Y ni siquiera la Italia pudo un día,
doblegar la fortaleza de tu raza,
que las tropas imperiales pretendían;
motivadas, tal vez, por la venganza
de un evento que a tu pueblo lo inspiró:
no perdonan la derrota que allá en Adua,
el valiente Menelik les infligió.
Pero ahora los imperios quieren agua
defiéndela, juntamente con tu fauna,
como lo hiciste ayer, con hidalguía.
Etiopía, por Dios fuiste bendecida;
el progreso se vislumbra en tu camino:
tu oro, tu cinabrio, tu platino,
y la ganadería, puntal de tu destino;
que desarrolle tu gente con premura.
El caudal inmenso de tus ríos,
asegura tus demandas de energía
y el sustento por siempre de tus hijos;
¡del maná, la tierra eres Etiopía!
No permitas, jamás, que tus riquezas
se derrochen en perjuicio de tu pueblo;
de la rapiña voraz de los imperios.
Etiopía, la del suelo consagrado;
una larga y feliz vida, Dios te dé;
además de tu historial inmaculado,
también eres la madre del café.
Tu hermosa capital Addis Abeba,
las maravillas, sin par, de Lalibela
son tesoros que anhela el alma mía;
y no pierdo la esperanza, mi Etiopía,
en el resto de vida que me queda,
de estrecharte entre mis brazos algún día.
Jesús Núñez León.
Jesús Núñez León.
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