LA HIENA BLANCA
El rojo de tus labios es reflejo
del bermellón que derramas en torrentes;
y el nervioso fruncir de tu entrecejo,
del derroche de la sangre de inocentes;
Tu hermosísima y dorada cabellera,
bombas miles al amanecer reflejan;
la azulada frialdad de tus pupilas,
a mortíferos misiles se asemeja.
Tu sonrisa glacial, como de loca,
descubre tu insensible corazón;
y en el rictus permanente de tu boca,
se adivina la maldad de tu interior.
En el fulgor de tu aureola imperialista,
sobresalen la crueldad, la hipocresía;
y te ufanas en tu rol de guerrerista,
Y qué importan el olor de tu cabello,
ni el perfume carísimo al que accedes;
si del vaho nauseabundo, en tu resuello,
el hedor a carroña te precede.
Y, hasta ayer, yo de verdad creía
que las hienas, por su cruel naturaleza;
a pesar de que nunca las veía,
a pesar de que nunca las veía,
oscuras todas son, cual Condolezzas.
Pero ahora, Hillary, te vi
exultante de insolencia y de vileza,
pisoteando al pueblo libio y al iraquí,
pisoteando al pueblo libio y al iraquí,
resplandeciente en tu delirio de grandeza.
Irak, Libia e Irán,
ahora me respetarán;
"vine vi y lo maté
a ese puerco de Sadam
y con risas celebré;
armas que destruirán,
¡la verdad que nunca fue!".
Irak, Libia e Irán,
ahora me respetarán;
"vine vi y lo maté
a ese puerco de Sadam
y con risas celebré;
armas que destruirán,
¡la verdad que nunca fue!".
Y observándote, Hillary, aprendí,
que a pesar de las muchas sutilezas,
que a pesar de las muchas sutilezas,
en la jungla del mundo hay hienas blancas,
¡revestidas de necrófaga belleza!
Jesús Núñez León.
Jesús Núñez León.
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