En el patio del plantel,
firmes ante la bandera,
los alumnos se aglomeran
silenciosos, circunspectos,
escuchando con respeto
el himno de Venezuela.
—¿Están todos?
—¡Sí lo estamos, profesor!
—¿Preparados?
—¡Como siempre, profesor!
Y la jornada comienza
de los alumnos mejores,
horizontes de grandeza
plenando sus corazones.
Jóvenes todos risueños,
alegres, desenfadados,
alimentando sus sueños
Pero en los tiempos aquellos,
siniestros y represivos,
para el funesto gobierno
¡cualquiera era subversivo!
Y sicarios del partido
se disponen a asaltar
al viejo liceo Sanz,
al gobierno tumbarán.
Del liceo en las afueras
comienza la algarabía
y mil disparos resuenan
aquel fatídico día.
Y Maturín presenció
como jamás lo hizo nadie
cómo contra la razón
arremetió la barbarie.
Y allí están Guerra y Millán,
condiscípulos fraternos,
que en ese momento están
revisando sus cuadernos.
Estudiando sin descanso
¿cómo iban a imaginar
que en aquel 4 de mayo
Inocentes, creen que es broma:
¿fanáticos de un partido?
y a la refriega se asoman
encontrando su destino.
Y me cuentan que, según,
allí nadie se percata
cómo la metralla mata
a aquellos niños aún
de uniforme y de corbata.
El pueblo honesto y consciente
llora aún esta desgracia:
una mancha que por siempre
llevará la democracia.
..........................................
Los alumnos hacen fila
nuevamente en el portón
y pregunta si están todos
como siempre el profesor.
Y con el llanto en los ojos
gritan con rabia y enojo:
¡ni Rafael ni César están!
¡Los masacraron, maestro!
se fueron dos de los nuestros,
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