UN CUENTO
SURREALISTA.
Jesús
Núñez León.
Agustín
era un cirujano exitoso, que laboraba en una clínica de gran renombre. Estaba
casado con Eva, una hermosísima mujer, que a sus 39 años estaba en el esplendor
de su belleza; y de cuya unión conyugal habían nacido dos hijos: Julio, un estudiante universitario de 22 años
y Jorge, un adolescente de 16. Vivían felizmente en una espléndida casa, en una
reputada urbanización de clase media alta de la ciudad.
Cierta
vez, Agustín fue requerido de urgencia en la clínica, para atender a un
comerciante millonario que había sufrido un accidente de tránsito. Agustín
acudió presto y, después de examinar al paciente, ordenó que lo trasladaran
inmediatamente al quirófano, pues había que operarlo con urgencia. La operación
fue todo un éxito y Hadid, que así se llamaba el comerciante, comenzó a
recuperarse rápidamente.
Al
cabo de algunos meses, ya restablecido totalmente, Hadid hizo contacto con el
médico, con el fin de agradecerle sus favores. Le dijo que le llevaba un
empaque de tres botellas de whisky escocés y que quería entregárselas
personalmente. Agustín le dio su dirección y quedaron en verse en su casa en la
tarde del día siguiente.
Alrededor
de las 6 de la tarde, llegó Hadid a la residencia del médico. Agustín lo hizo
pasar y una vez desenvuelto el regalo, le pidió a Hadid que tomaran unos tragos
juntos, a lo cual accedió casi mecánicamente, absorto como estaba admirando la
arquitectónica belleza de la mansión. Una vez consumidos varios tragos y,
cuando ya la euforia del licor estaba haciendo cabriolas en sus cerebros, llegó
Eva a la casa con sus dos hijos. Inmediatamente Hadid quedó prendado de ella.
¡Qué mujerón!, se dijo para sus adentros.
Después
de las presentaciones, en un momento en que quedaron a solas, Hadid le dijo a Eva,
mirándola a los ojos, ¡qué bella es usted, señora! Eva, gratamente sorprendida por
el halago, le sonrió cortésmente. El resto de la velada transcurrió entre
bromas y chistes, pero con los ojos de Hadid puestos descaradamente sobre Eva.
Al
despedirse con un apretón de manos para todos, tomó la de Eva atrevidamente y
en un aparente signo de respeto le besó el dorso de la misma. Agustín no lo
tomó a mal, pues pensó que debido al origen libanés de Hadid, eso era costumbre
en ellos.
Hadid,
acostumbrado a tomar todo lo que se le antojaba, comenzó desde el día siguiente
a trazar la estrategia para apoderarse de la casa de Agustín. Lo primero que
hizo fue tratar de ganarse la confianza de Julio, el hijo universitario. Para
ello, visitó un día la universidad y se hizo el encontradizo con él. En medio
de la conversación, le preguntó si no sabía cuál sería el precio de una buena
casa en su urbanización. Julio le dijo el precio en que habían vendido
recientemente una casa tan grande, pero no tan bonita como la de ellos. Hadid
tomó buena nota del dato y le reveló a Julio que estaba interesado en comprarle
la casa a Agustín y que pensaba hacerle una buena oferta. Julio sonrió y le
dijo que su padre difícilmente vendería su casa. Al despedirse, Hadid le
preguntó qué año cursaba y Julio le respondió que estaba a punto de graduarse
de administrador de empresas. A lo que Hadid le replicó que tan pronto
terminara, le ofrecía empleo en una de sus empresas y se marchó dejando a Julio
muy contento y agradecido.
Al
día siguiente, muy bien vestido, se presentó Hadid en casa de Agustín, a
sabiendas de que éste no llegaría todavía. Llevaba una rosa roja en su mano,
que se la ofreció a Eva tan pronto traspasó el umbral de la puerta. Halagada y
sorprendida por el gesto, Eva le indicó que se sentara y le comunicó que
Agustín no se encontraba en casa, pero que no tardaría en llegar. Le serviré un
café, si gusta, le dijo. Hadid le respondió que era con ella con quien quería hablar. Que
le iba a ofrecer a Agustín comprarle la casa por el doble de lo que vale, pero
que la oferta la incluía a ella, porque había quedado enamorado de su belleza
desde el momento en que la vio. Del impacto que le ocasionaron estas palabras,
a Eva se le resbaló de sus manos el plato de la taza de café. Rápidamente,
Hadid le tomó la taza de café, la depositó sobre la mesa, se volvió hacia ella
y depositó un beso de fuego en los labios de Eva, que aún no había tenido
tiempo de reaccionar. Cuando al fin lo hizo, corrió nerviosamente a la cocina a
buscar los utensilios para recoger los vidrios del piso y en eso estaba cuando
llegó Agustín, junto con sus hijos. Después de besar a Eva en la mejilla,
saludó a Hadid y le inquirió sobre el motivo de su visita. Y Hadid le comunicó,
sin preámbulos, la propuesta que le había hecho minutos antes a Eva. Ésta, con
sus mejillas coloreadas al máximo, tomó del brazo a Agustín, pues se imaginó que iba a reaccionar de la peor manera. Agustín, a pesar de la cólera que le embargaba, supo contenerse debido a
la presencia de sus hijos. Pero le dijo dignamente, mordiendo las palabras: -¡Señor, hágame el favor y nos respeta!
¡Nosotros no estamos en venta! ¡Váyase de mi casa y no se le ocurra volver
nunca más!
Hadid
obedeció impresionado, pero ya camino a la calle le dijo: Mi última oferta, ¡el
doble de lo que vale tu casa y un mes con tu mujer! Agustín, fuera de sí, le
gritó: ¡Márchate o no respondo de lo que haga!, llamando la atención de unos
vecinos que se encontraban cerca, a los cuales Hadid les comentó, al pasar
cerca de ellos: Se puso como un energúmeno sólo porque le ofrecí comprarle la casa…
Tan
pronto entraron en la vivienda, Agustín, todavía fuera de sí, acusó a Eva de
ser la culpable de la situación, porque seguramente en algún momento se le
había insinuado a Hadid. Los hijos, que consideraron injustas las frases de su
padre, trataron de mediar entre ambos, pero Agustín les gritó que no se
metieran; y Eva, dolida, después de dirigirle algunas frases destempladas a su
marido, corrió a encerrarse en la habitación matrimonial y no hubo manera de
que le abriera la puerta, a pesar de las súplicas y de las palabras de
arrepentimiento de su esposo. Demás está decir, que desde esa noche la paz se
alejó del hogar de la hasta hoy dichosa familia.
Hadid,
por su parte, continuó perfilando sus planes, para tratar de salirse con la
suya. Hizo amistad con los dos vecinos inmediatos de Agustín, a quienes
convenció de que éste era una persona violenta y poco fiable, y que él no ha debido
ponerse como un energúmeno tan sólo porque le hizo una excelente oferta por su
casa. A uno de esos vecinos, que estaba desempleado, lo recomendó para un buen
empleo y, al otro, lo ayudó a ascender a subgerente en la empresa donde
trabajaba, cuyo propietario era un buen amigo suyo. Les dijo, además, que si él
lograba comprarle la casa a Agustín, haría gestiones para colocar el servicio
de gas directo en la urbanización. Lo que no les dijo, era que el servicio de
gas directo pronto sería una realidad, pues su licitación ya había sido adjudicada
a una de las empresas de su propiedad. Estos dos nuevos aliados, no tardaron en hablar maravillas de
Hadid y en mal poner a Agustín con todos los habitantes de la urbanización,
hasta el punto de que muchos le empezaron a negar hasta el saludo.
Pero
los planes maquiavélicos de Hadid, no llegaban hasta allí. Hizo contacto
nuevamente con Julio, a quién convenció de su honesto proceder y de que su padre fue muy maleducado al
reaccionar tan violentamente, sabiendo que es hablando como se entiende la gente.
Le dijo que dentro de un mes el cargo de administrador en una de sus empresas
quedaría vacante y que ese era el empleo que tenía reservado para él, tan
pronto se graduara. Demás está decir, que Julio, aunque no lo manifestara
abiertamente, estaba a favor de Hadid y en contra de su propio padre.
Cierta
vez que la bicicleta de Jorge fue hurtada del jardín de la residencia, Agustín
opinó que el jardinero debía estar involucrado, porque era de los pocos
extraños que tenía acceso a la urbanización. Esto llegó a oídos del jardinero,
quien se negó a seguirle prestando sus servicios a Agustín. Enterado del robo
por los vecinos, Hadid se las ingenió para hacerles ver, tanto a los vigilantes
del portón del urbanismo, como a los encargados del traslado a domicilio de los
víveres del supermercado cercano, que Agustín había dicho que ellos podían
estar involucrados en el robo de la bicicleta. El resultado de esto fue que del
supermercado se negaron a seguir llevando las compras a la urbanización y que
los vigilantes le retiraran el saludo a los familiares de Agustín.
Tal
era el estado de incomodidad que reinaba en el otrora plácido hogar, con las
comunicaciones reducidas al mínimo, que rara vez se reunían en la sala de estar
o en el comedor, como antes. Un día, en que Jorge llegó malhumorado, porque
había tenido que ir a retirar a pie las compras del supermercado, le dijo a su
padre: ¡Ya esta situación no se aguanta.
Tienen que buscarle una solución! Y corrió a encerrarse en su habitación. Los
demás habitantes de la casa, desde sus respectivos dormitorios, escucharon las
palabras de Jorge y coincidieron en que no le faltaba la razón.
Mientras
tanto Eva, con un mar de encontrados pensamientos bullendo en su cerebro, no
hallaba cómo reaccionar. En su mente tenía grabado a fuego aquel beso ardiente
de Hadid. ¿Por qué no se le salía de la cabeza, si toda su vida ella había sido
una mujer honesta? ¿Por qué algunas noches se despertaba sudorosa pensando en
que nuevamente la besaba? Y, de repente le llegó la revelación: ¡le había
gustado aquel beso de Hadid y estaba ansiosa porque se repitiera! Con estos pensamientos martillándole las
sienes, se dispuso a esperar la llamada de Hadid. Él llamaba todos los días a
la casa reiterándole sus sentimientos, pero ella le respondía con evasivas y le
decía que no quería crear un problema familiar y cosas por el estilo. Pero esta
vez había tomado una decisión. Cuando el
teléfono sonó, inmediatamente atendió con el corazón brincándole en el pecho.
Efectivamente, era Hadid; y, sin más preámbulos le dijo: ¡quiero hablar
contigo!. Y Hadid, que estaba seguro que en algún momento esto se iba a
presentar, la citó en una cafetería en la planta baja de un edificio.
Cuando
llegó al sitio, Hadid la recibió con un beso en la mejilla y ella lo aceptó sin
eludirlo. Hadid le dijo que era peligroso para ella que algún conocido la viera
allí con él y la convenció de que subieran a un apartamento que tenía en ese
edificio para que hablaran con mayor tranquilidad. Ella accedió, él le dio las
señas del apartamento y colocando en sus manos la llave del mismo, le dijo que
era más conveniente que no subieran juntos, que ella subiera primero y que
él la seguiría en un momento. Así lo hicieron y cuando él abrió con su llave la
puerta del apartamento, ella lo esperaba de pie, frente a la puerta. Se miraron
a los ojos y, sin mediar palabras, cayeron uno en brazos del otro. El torrente
de pasión que los envolvió fue inenarrable y la carga erótica acumulada por Eva
durante tantos días fue aprovechada al máximo por Hadid. Una vez calmados, él
le dijo que se podía quedar con la llave y venir cuando quisiera. Que lo
llamara antes desde el celular y que borrara el registro de la llamada. Así
quedaron de acuerdo y, desde entonces, cada día, una vez que sus hijos y su
esposo abandonaban la casa, Eva corría a los brazos de Hadid a disfrutar de su
tórrido romance.
Dada
la incomunicación y el desapego que existía en el seno familiar, ninguno
sospechó nunca de la infidelidad de Eva. Así transcurrieron cerca de dos meses,
hasta que una mañana , buscando un bolso para trasladar desde su casa al apartamento algunas
de sus pertenencias, descubrió estupefacta, la bicicleta de Jorge en el
maletero del mismo. Y de repente, como golpeada por un rayo, le llegó la
comprensión de que todo lo acontecido había sido producto de los malévolos
planes de Hadid. Una vez repuesta del impacto por el golpe recibido, tomó la
decisión de llamar a Hadid y, después de comunicarle lo que había descubierto,
le exigió que no la buscara nunca más. Hadid aceptó de muy buena gana, porque,
una vez saciado su carnal antojo por Eva, ya tenía días buscando las maneras de
terminar su relación con ella.
El
camino de regreso a casa fue todo un mea culpa para Eva. ¡Estúpida! ¡Mil veces
estúpida!, se decía, mientras crecía en su interior la determinación de
recomponer su destruido núcleo familiar. Tan pronto llegó, comenzó a arreglar
la desordenada casa, dejándola impecable. Preparó un suculento almuerzo, colocó
una botella de vino en el refrigerador y se dispuso a esperar la llegada de su
familia. Una vez que llegaron, todos quedaron gratamente sorprendidos con el
cambio. Hasta a Agustín, que desde hacía muchos días andaba deprimido, le
brillaron los ojos de alegría. Eva les dijo: He tomado la decisión de que entre
todos recuperemos nuestra familia. Quiero que este hogar vuelva a ser lo que
siempre fue, un nido de contención contra la envidia y la maldad exterior. Vamos
a brindar haciendo nuestro el lema de que en la unión está la fuerza. Hoy
quiero que nos abracemos todos, deseo reiterarles mi amor y rogar para que
nunca más la maledicencia nos separe. ¡Que Dios nos proteja siempre!
Y
poco a poco la normalidad retornó al hogar de Agustín, de Eva y de sus dos
hijos. Y, con el tiempo, todos en la urbanización, incluidos los vigilantes, se
reencontraron en la amistad y en el abrazo fraternal; y Agustín y los vecinos celebraron con una
suculenta parrillada la anhelada vuelta a la hermandad y a la concordia.
Nota:
Cualquier parecido con la situación de Venezuela, no es pura coincidencia; con un país poderoso tratando de utilizar las mil artimañas para apoderarse de las riquezas que poseemos.
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