Simiente de la estirpe de Alejandro,
estratega comparable a Napoleón;
Erasmo, en la nobleza de tu mando;
y, Marte, en la eficacia de tu acción.
Trompetas y clarines, siempre escucho,
al evocar tu gesta incomparable;
insigne mariscal, sol de Ayacucho;
humillaste, al imperio, con tu sable.
Mas, la traición no perdona tu grandeza,
los disparos se escuchan; y sus ecos,
como eterno testimonio de bajeza,
aún resuenan en la selva de Berruecos.
De Colombia, las balas asesinas
que enlutaron para siempre nuestro suelo;
¡maldito seas!, Obando, que apagaste
¡maldito seas!, Obando, que apagaste
el radiante fulgor de aquel lucero.
Y no bastóle a la gavilla criminal,
con dejarte, allí, tirado en el sendero;
por influjo cobarde, ruin, rastrero,
de la canalla que aspiraba gobernar,
pretendieron, los secuaces, pisotear
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