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sábado, 18 de abril de 2020

UN CUENTO SURREALISTA




UN CUENTO SURREALISTA.
                      Jesús Núñez León.

Agustín era un cirujano exitoso, que laboraba en una clínica de gran renombre. Estaba casado con Eva, una hermosísima mujer, que a sus 39 años estaba en el esplendor de su belleza; y de cuya unión conyugal habían nacido dos hijos:  Julio, un estudiante universitario de 22 años y Jorge, un adolescente de 16. Vivían felizmente en una espléndida casa, en una reputada urbanización de clase media alta de la ciudad.

Cierta vez, Agustín fue requerido de urgencia en la clínica, para atender a un comerciante millonario que había sufrido un accidente de tránsito. Agustín acudió presto y, después de examinar al paciente, ordenó que lo trasladaran inmediatamente al quirófano, pues había que operarlo con urgencia. La operación fue todo un éxito y Hadid, que así se llamaba el comerciante, comenzó a recuperarse rápidamente.

Al cabo de algunos meses, ya restablecido totalmente, Hadid hizo contacto con el médico, con el fin de agradecerle sus favores. Le dijo que le llevaba un empaque de tres botellas de whisky escocés y que quería entregárselas personalmente. Agustín le dio su dirección y quedaron en verse en su casa en la tarde del día siguiente.

Alrededor de las 6 de la tarde, llegó Hadid a la residencia del médico. Agustín lo hizo pasar y una vez desenvuelto el regalo, le pidió a Hadid que tomaran unos tragos juntos, a lo cual accedió casi mecánicamente, absorto como estaba admirando la arquitectónica belleza de la mansión. Una vez consumidos varios tragos y, cuando ya la euforia del licor estaba haciendo cabriolas en sus cerebros, llegó Eva a la casa con sus dos hijos. Inmediatamente Hadid quedó prendado de ella. ¡Qué mujerón!, se dijo para sus adentros.

Después de las presentaciones, en un momento en que quedaron a solas, Hadid le dijo a Eva, mirándola a los ojos, ¡qué bella es usted, señora! Eva, gratamente sorprendida por el halago, le sonrió cortésmente. El resto de la velada transcurrió entre bromas y chistes, pero con los ojos de Hadid puestos descaradamente sobre Eva.

Al despedirse con un apretón de manos para todos, tomó la de Eva atrevidamente y en un aparente signo de respeto le besó el dorso de la misma. Agustín no lo tomó a mal, pues pensó que debido al origen libanés de Hadid, eso era costumbre en ellos.

Hadid, acostumbrado a tomar todo lo que se le antojaba, comenzó desde el día siguiente a trazar la estrategia para apoderarse de la casa de Agustín. Lo primero que hizo fue tratar de ganarse la confianza de Julio, el hijo universitario. Para ello, visitó un día la universidad y se hizo el encontradizo con él. En medio de la conversación, le preguntó si no sabía cuál sería el precio de una buena casa en su urbanización. Julio le dijo el precio en que habían vendido recientemente una casa tan grande, pero no tan bonita como la de ellos. Hadid tomó buena nota del dato y le reveló a Julio que estaba interesado en comprarle la casa a Agustín y que pensaba hacerle una buena oferta. Julio sonrió y le dijo que su padre difícilmente vendería su casa. Al despedirse, Hadid le preguntó qué año cursaba y Julio le respondió que estaba a punto de graduarse de administrador de empresas. A lo que Hadid le replicó que tan pronto terminara, le ofrecía empleo en una de sus empresas y se marchó dejando a Julio muy contento y agradecido.

Al día siguiente, muy bien vestido, se presentó Hadid en casa de Agustín, a sabiendas de que éste no llegaría todavía. Llevaba una rosa roja en su mano, que se la ofreció a Eva tan pronto traspasó el umbral de la puerta. Halagada y sorprendida por el gesto, Eva le indicó que se sentara y le comunicó que Agustín no se encontraba en casa, pero que no tardaría en llegar. Le serviré un café, si gusta, le dijo. Hadid le respondió que era con ella con quien quería hablar. Que le iba a ofrecer a Agustín comprarle la casa por el doble de lo que vale, pero que la oferta la incluía a ella, porque había quedado enamorado de su belleza desde el momento en que la vio. Del impacto que le ocasionaron estas palabras, a Eva se le resbaló de sus manos el plato de la taza de café. Rápidamente, Hadid le tomó la taza de café, la depositó sobre la mesa, se volvió hacia ella y depositó un beso de fuego en los labios de Eva, que aún no había tenido tiempo de reaccionar. Cuando al fin lo hizo, corrió nerviosamente a la cocina a buscar los utensilios para recoger los vidrios del piso y en eso estaba cuando llegó Agustín, junto con sus hijos. Después de besar a Eva en la mejilla, saludó a Hadid y le inquirió sobre el motivo de su visita. Y Hadid le comunicó, sin preámbulos, la propuesta que le había hecho minutos antes a Eva. Ésta, con sus mejillas coloreadas al máximo, tomó del brazo a Agustín, pues se imaginó que iba a reaccionar de la peor manera. Agustín, a pesar de la cólera que le embargaba, supo contenerse debido a la presencia de sus hijos. Pero le dijo dignamente, mordiendo las palabras:  -¡Señor, hágame el favor y nos respeta! ¡Nosotros no estamos en venta! ¡Váyase de mi casa y no se le ocurra volver nunca más!
Hadid obedeció impresionado, pero ya camino a la calle le dijo: Mi última oferta, ¡el doble de lo que vale tu casa y un mes con tu mujer! Agustín, fuera de sí, le gritó: ¡Márchate o no respondo de lo que haga!, llamando la atención de unos vecinos que se encontraban cerca, a los cuales Hadid les comentó, al pasar cerca de ellos: Se puso como un energúmeno sólo porque le ofrecí comprarle la casa…

Tan pronto entraron en la vivienda, Agustín, todavía fuera de sí, acusó a Eva de ser la culpable de la situación, porque seguramente en algún momento se le había insinuado a Hadid. Los hijos, que consideraron injustas las frases de su padre, trataron de mediar entre ambos, pero Agustín les gritó que no se metieran; y Eva, dolida, después de dirigirle algunas frases destempladas a su marido, corrió a encerrarse en la habitación matrimonial y no hubo manera de que le abriera la puerta, a pesar de las súplicas y de las palabras de arrepentimiento de su esposo. Demás está decir, que desde esa noche la paz se alejó del hogar de la hasta hoy dichosa familia.

Hadid, por su parte, continuó perfilando sus planes, para tratar de salirse con la suya. Hizo amistad con los dos vecinos inmediatos de Agustín, a quienes convenció de que éste era una persona violenta y poco fiable, y que él no ha debido ponerse como un energúmeno tan sólo porque le hizo una excelente oferta por su casa. A uno de esos vecinos, que estaba desempleado, lo recomendó para un buen empleo y, al otro, lo ayudó a ascender a subgerente en la empresa donde trabajaba, cuyo propietario era un buen amigo suyo. Les dijo, además, que si él lograba comprarle la casa a Agustín, haría gestiones para colocar el servicio de gas directo en la urbanización. Lo que no les dijo, era que el servicio de gas directo pronto sería una realidad, pues su licitación ya había sido adjudicada a una de las empresas de su propiedad. Estos dos nuevos  aliados, no tardaron en hablar maravillas de Hadid y en mal poner a Agustín con todos los habitantes de la urbanización, hasta el punto de que muchos le empezaron a negar hasta el saludo.

Pero los planes maquiavélicos de Hadid, no llegaban hasta allí. Hizo contacto nuevamente con Julio, a quién convenció de su honesto proceder  y de que su padre fue muy maleducado al reaccionar tan violentamente, sabiendo que es hablando como se entiende la gente. Le dijo que dentro de un mes el cargo de administrador en una de sus empresas quedaría vacante y que ese era el empleo que tenía reservado para él, tan pronto se graduara. Demás está decir, que Julio, aunque no lo manifestara abiertamente, estaba a favor de Hadid y en contra de su propio padre.

Cierta vez que la bicicleta de Jorge fue hurtada del jardín de la residencia, Agustín opinó que el jardinero debía estar involucrado, porque era de los pocos extraños que tenía acceso a la urbanización. Esto llegó a oídos del jardinero, quien se negó a seguirle prestando sus servicios a Agustín. Enterado del robo por los vecinos, Hadid se las ingenió para hacerles ver, tanto a los vigilantes del portón del urbanismo, como a los encargados del traslado a domicilio de los víveres del supermercado cercano, que Agustín había dicho que ellos podían estar involucrados en el robo de la bicicleta. El resultado de esto fue que del supermercado se negaron a seguir llevando las compras a la urbanización y que los vigilantes le retiraran el saludo a los familiares de Agustín.

Tal era el estado de incomodidad que reinaba en el otrora plácido hogar, con las comunicaciones reducidas al mínimo, que rara vez se reunían en la sala de estar o en el comedor, como antes. Un día, en que Jorge llegó malhumorado, porque había tenido que ir a retirar a pie las compras del supermercado, le dijo a su padre:  ¡Ya esta situación no se aguanta. Tienen que buscarle una solución! Y corrió a encerrarse en su habitación. Los demás habitantes de la casa, desde sus respectivos dormitorios, escucharon las palabras de Jorge y coincidieron en que no le faltaba la razón.

Mientras tanto Eva, con un mar de encontrados pensamientos bullendo en su cerebro, no hallaba cómo reaccionar. En su mente tenía grabado a fuego aquel beso ardiente de Hadid. ¿Por qué no se le salía de la cabeza, si toda su vida ella había sido una mujer honesta? ¿Por qué algunas noches se despertaba sudorosa pensando en que nuevamente la besaba? Y, de repente le llegó la revelación: ¡le había gustado aquel beso de Hadid y estaba ansiosa porque se repitiera!  Con estos pensamientos martillándole las sienes, se dispuso a esperar la llamada de Hadid. Él llamaba todos los días a la casa reiterándole sus sentimientos, pero ella le respondía con evasivas y le decía que no quería crear un problema familiar y cosas por el estilo. Pero esta vez había tomado una decisión.  Cuando el teléfono sonó, inmediatamente atendió con el corazón brincándole en el pecho. Efectivamente, era Hadid; y, sin más preámbulos le dijo: ¡quiero hablar contigo!. Y Hadid, que estaba seguro que en algún momento esto se iba a presentar, la citó en una cafetería en la planta baja de un edificio.

Cuando llegó al sitio, Hadid la recibió con un beso en la mejilla y ella lo aceptó sin eludirlo. Hadid le dijo que era peligroso para ella que algún conocido la viera allí con él y la convenció de que subieran a un apartamento que tenía en ese edificio para que hablaran con mayor tranquilidad. Ella accedió, él le dio las señas del apartamento y colocando en sus manos la llave del mismo, le dijo que era más conveniente que no subieran juntos, que ella subiera primero y que él la seguiría en un momento. Así lo hicieron y cuando él abrió con su llave la puerta del apartamento, ella lo esperaba de pie, frente a la puerta. Se miraron a los ojos y, sin mediar palabras, cayeron uno en brazos del otro. El torrente de pasión que los envolvió fue inenarrable y la carga erótica acumulada por Eva durante tantos días fue aprovechada al máximo por Hadid. Una vez calmados, él le dijo que se podía quedar con la llave y venir cuando quisiera. Que lo llamara antes desde el celular y que borrara el registro de la llamada. Así quedaron de acuerdo y, desde entonces, cada día, una vez que sus hijos y su esposo abandonaban la casa, Eva corría a los brazos de Hadid a disfrutar de su tórrido romance.

Dada la incomunicación y el desapego que existía en el seno familiar, ninguno sospechó nunca de la infidelidad de Eva. Así transcurrieron cerca de dos meses, hasta que una mañana , buscando un bolso para trasladar desde su casa al apartamento algunas de sus pertenencias, descubrió estupefacta, la bicicleta de Jorge en el maletero del mismo. Y de repente, como golpeada por un rayo, le llegó la comprensión de que todo lo acontecido había sido producto de los malévolos planes de Hadid. Una vez repuesta del impacto por el golpe recibido, tomó la decisión de llamar a Hadid y, después de comunicarle lo que había descubierto, le exigió que no la buscara nunca más. Hadid aceptó de muy buena gana, porque, una vez saciado su carnal antojo por Eva, ya tenía días buscando las maneras de terminar su relación con ella.

El camino de regreso a casa fue todo un mea culpa para Eva. ¡Estúpida! ¡Mil veces estúpida!, se decía, mientras crecía en su interior la determinación de recomponer su destruido núcleo familiar. Tan pronto llegó, comenzó a arreglar la desordenada casa, dejándola impecable. Preparó un suculento almuerzo, colocó una botella de vino en el refrigerador y se dispuso a esperar la llegada de su familia. Una vez que llegaron, todos quedaron gratamente sorprendidos con el cambio. Hasta a Agustín, que desde hacía muchos días andaba deprimido, le brillaron los ojos de alegría. Eva les dijo: He tomado la decisión de que entre todos recuperemos nuestra familia. Quiero que este hogar vuelva a ser lo que siempre fue, un nido de contención contra la envidia y la maldad exterior. Vamos a brindar haciendo nuestro el lema de que en la unión está la fuerza. Hoy quiero que nos abracemos todos, deseo reiterarles mi amor y rogar para que nunca más la maledicencia nos separe. ¡Que Dios nos proteja siempre!

Y poco a poco la normalidad retornó al hogar de Agustín, de Eva y de sus dos hijos. Y, con el tiempo, todos en la urbanización, incluidos los vigilantes, se reencontraron en la amistad y en el abrazo fraternal; y Agustín y los vecinos celebraron con una suculenta parrillada la anhelada vuelta a la hermandad y a la concordia.


Nota: Cualquier parecido con la situación de Venezuela, no es pura coincidencia; con un país poderoso tratando de utilizar las mil artimañas para apoderarse de las riquezas que poseemos.